Mulhacén desde Las Herrerías. |
Tras el enlace geodésico de 1879 quedó el primer
camino carretero al Mulhacén, por donde
desde la Alpujarra tuvieron que transportar en
carros tirados por bueyes la pesada maquinaria
y donde erigieron unas construcciones que
durante varios meses albergaron a los militares
de la Comisión Geodésica. Fue un acontecimiento
de importancia internacional que
contribuyó a mejorar el conocimiento que
entonces se tenía sobre las dimensiones y la
forma de la tierra, al conseguir medir el arco de
meridiano más grande logrado hasta entonces;
el acierto mereció a su protagonista, el
general Carlos Ibáñez de Ibero, el título de
marqués de Mulhacén.
Sobre las ruinas de aquellas construcciones los
habitantes de Trevélez levantaron una ermita
en 1913 e instalaron en ella una imagen de la
Virgen de las Nieves; la ermita estuvo en pie
hasta 1922, fue reconstruida en 1931 y pronto
volvió a ser víctima de las inclemencias del
tiempo; pero aquello fue el origen de una tradición
romera que cada 5 de agosto lleva a la cima
del Mulhacén cada vez a más gente de uno y
otro lado de la Sierra desde hace casi cien años.
Y sobre las ruinas de aquel camino carretero
de los geodestas se construyó una pista para
vehículos a motor, que desde entonces ha
sido el origen de todos los males del Mulhacén.
Se pensaba instalar allí un repetidor de
televisión; afortunadamente se llevó a Lújar,
pero ello no fue obstáculo para que el 17 de
mayo de 1964 los periódicos recogieran la
gran hazaña de que por primera vez un vehículo
autopropulsado, un horrible Muskeg,
pisaba la cima del Mulhacén. Y en 1974 se
acondicionó aún más, para facilitar una subida
hasta la misma cumbre, a todas luces
innecesaria.
Así, hasta que en 1994 el Ministerio de Defensa
intentó construir un radar en el Mulhacén que hubiera destrozado para siempre la cima y que la movilización de los montañeros granadinos consiguió parar a tiempo.
Hoy, el Mulhacén soporta sobre su corona los restos de aquellas construcciones y de la ermita de los alpujarreños, pero las águilas ya pueden volar sobre su cima sin temor a ser espantadas ni por un Muskeg ni por un todoterreno. El Mulhacén, salvaje y libre, es una consigna cada día más veraz, parecido al que encontraron aquellos primeros viajeros del XIX que escribieron bellísimas descripciones de su experiencia serrana (Edmond Boissier, Teófilo Gautier, Moritz Willkomm, Máximo Hertting, Johannes Rein, el malagueño-granadino Luis de Rute, el granadino-almeriense Antonio Rubio etc)
Ahí estuvo y ahí está el Mulhacén, para que desde Trevélez o Capileira, por la Carigüela o desde la mucho más difícil subida por el Valdecasillas, el nacimiento más alto del Genil, pueda ser ascendido y disfrutado, nunca dominado ni vencido, porque como en casi todo, la naturaleza tendrá siempre la última palabra.
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